Los que tenemos hijos lo sabemos bien pero a los que no los tienen les diría que se fijen en lo que hacen los niños pequeños en cualquier parque.
Se suben a un columpio, buscan a su madre y gritan: ¡mamá, mira lo que hago!
Esto es sólo una muestra de que a las personas, desde pequeños, nos gusta que se nos reconozcan nuestros logros y nos aplaudan cuando hacemos algo bien. Es algo que, como diría el rey, nos llena de orgullo y satisfacción.
Incluso los más estudiosos del tema conocerán que en la jerarquía de las necesidades humanas según la PIRÁMIDE DE LAS NECESIDADES DE MASLOW ya se pone en la parte superior al reconocimiento externo en el nivel más cercano a conseguir la autorrealización.
Después de este rollo filosófico me bajo a la tierra y me pongo en primera persona. ¡Cómo me gusta a mí subirme a un podium!
Me da igual que en la carrera hubiera poca gente, que sea en la categoría de veteranos, que haya sido chupando rueda en la bicicleta. Para mí es un momento especial ese en el que te subes al cajón, la gente te aplaude y te cuelgan una medallita o te dan un trofeo. ¡Qué momentazo!
Tengo claro que no son grandísimos logros y que somos deportistas aficionados que lo damos todo para mejorar, pero es bueno de vez en cuando llevarse una satisfacción a través del reconocimiento de los demás. Y esto no sólo es aplicable al deporte. En cualquier ámbito de nuestra vida nos gusta que nos lo digan cuando hacemos algo bien y nos esforzamos. Es algo que cuesta muy poco hacer pero genera un efecto maravilloso en el que lo recibe, mejorando su autoestima y su capacidad de motivación.
Así que hagamos un esfuerzo por reconocer el esfuerzo y los logros de los demás y seremos capaces de mejorar nuestro entorno.
Recuerda: es gratis y siempre produce sonrisas.
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